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TEMA: INVIERNOS
ROBINSON AVELLO AYALA

BEGOÑA EGUILUZ
Noviembre es el mes del despojo.
Lleva en su capa gris un rastro de ceniza incandescente. Sus nieblas y su brillo bronceado son para mí los más bellos del año quizá porque me tocó nacer en uno de sus días.
Noviembre es el mes, en que mientras se enmohece el magnolio y los tilos van volviéndose susurrantes y generosos, yo también constato apoyada en mi alfeizar lo que de mi se cae... también lo que se ha vuelto rama.
Resisten las historias. Sigo soñando con volver a casa y abrir el libro que me espera. Sigo queriendo comparar las versiones y sorprender con una sonrisa interior los deslices y las incongruencias, atisbar los secretos. Y guárdamelos para mí sola... Sigo queriendo que me cuenten. Sigo teniendo la convicción de que la distancia entre dos que conversan es la mejor distancia.
Negro y gris se han consagrado. Una y otra vez los elijo para adornarme. Todo otro color me deslumbra la mirada y la figura. Al final elegí para mi adorno solo la niebla y la tenue luz de amanecida.
No decae el placer. Ay, las manzanas verdes, el peso de mi gato en las rodillas, el mate de mis sábanas blancas tantas veces lavadas, mi perfume de naranja verde, mi gorro ruso, mi copa de vino por las noches...
Me canso. Mi avidez se embota a menudo. Pero sé que que a pesar de todas mis vacilaciones y ensimismamientos seguiré cuidando con fiereza de mi rosa, de mi zorro, de mis corderitos nuevos... Tal vez siga conservando hasta el final la continuada sorpresa de la ternura y su deleite.
Solo resiste frente al desastre la caricia. Solo sé acariciar y abrazar férreamente lo mío. Lo demás, me desborda por desmesurado y tal actitud me produce una callada pero pertinaz vergüenza.
Cada vez siento más cerca a los muertos. Están cincelados y no pueden caer. Cada vez se me vuelven más confidentes. Tomarme una copa de vino caliente con un poquito de canela, sorber de a poco un pisco sour, comer un pedacito de tortilla en su compañía, es un placer delicado y siempre tenuemente doloroso.
Ya no me miro en los espejos. Solo cuido el aroma y el tono de la voz para seguir leyendo lenta y extasiada a Petrarca y sus poemas "In vita y morte de madonna Laura".
Me voy quedando vacía y limpia y a veces me duermo como cuando era niña. Sin expectativas.
Suelo sentir la tentación de la mudez. Se ha dicho tanto... tanto se dice...cuesta tanto decir.
MAITE SASIA
Negro sobre negro y más negro
Hacia donde mire negro
Así están tus ojos y la tierra,
Así el mar y la hierba
Pinceladas de óleo sobre negro,
Al carboncillo también negro.
Negra la madrugada
Y negra la riada.
Se me cruza el invierno más oscuro que nunca
Más negro que el mismo negro
¿Qué le pongo en la lengua al cuervo
en el invierno más cruento?
¿Qué?
IÑIGO LAGASABASTER

RUBEN FERNANDEZ
AGUJAS A PUNTO DE NIEVE
Nefertiti comenzaba a temblar al despertarse, y no dejaba de hacerlo hasta su segunda hora de trabajo en la oficina de inmigración. Una estufa de resistencias cocinaba sus pies al baño Maria, refugiados en unas botas de goma que alejaban el agua y atraían el frío.
Todo un cúmulo de acontecimientos restaba claridad a la interpretación de su propia historia, y se veía incapaz de distinguir si su carne de gallina triste y desnutrida se debía a la inaceptable soledad que atenazaba sus pulmones en un turno eterno veinticuatro siete, o si debía atribuir la causa a la falta de temperatura que clavaba diminutos alfileres helados en todos los dedos de su cuerpo mientras su cerebro se licuaba en ríos glaciares a través de su nariz.
La maltratada mediana edad de su cuerpo alojaba malamente un alma envejecida por la guerra y las carencias, un espíritu pobre de esperanzas y fugitivo de cualquier recuerdo, pero que aún era capaz de buscar el calor con el cien por ciento de sus exiguas fuerzas.
Aún así, albergaba en el tórax una diminuta llama azul que le había llevado a localizar los bares de menú del día que servían el caldo de pollo en tazón, para poder templar sus manos a la vez que el estómago.
Los recuentos semanales se mantenían vacíos de abrazos, y los sentidos, llenos de ausencias y de escalofríos.
Nefertiti sabía que no había tiempo para el romanticismo.
Tan sólo había que sobrevivir hasta la primavera.
FOTOGRAFÍA: MARU HERNANDEZ

LIBE NARVARTE
Inviernos/mujeres/samovar. Las palabras se han sucedido unas a otras con naturalidad y fluidez. Sé por qué: el título de la revista es inviernos/se me ha encargado escribir con perspectiva feminista/he leído a Maxim Gorki.
Dice la RAE que el samovar es "un recipiente de origen ruso provisto de un tubo interior donde se ponen carbones, que se usa para calentar el agua del té". Sin recurrir al diccionario (no detengo la lectura ante palabras desconocidas) algo similar deduje del contexto al leer el libro "La madre" de Maxim Gorki. Yo cursaba primero de carrera y no existía la opción de acudir a google. En mi mente el samovar, artilugio que luce tan sofisticado a mi vista en la consulta que hoy sí hago mientras escribo, cumplía las funciones de la tetera de fierro siempre a punto para un tecito o un mate (o lavar loza, ropa e incluso preparar un baño) sobre las cocinas de leña en el sur de Chile.
Imagino una horda silenciosa de Prometeas regalando calor en medio de los inviernos del mundo. Se me funden la imagen de Nilovna preparando el samovar con la de la mujer que pañuelo en cabeza me pasa un mate el Lonquimay y la silueta de la tía Elena sirviendo sopaipillas con chancaca un día de lluvia en Donosti. Nilovna sirve a Natasha y las otras mujeres me sirven a mí niña, después muchacha, aunque mi falda y medias no arrastren nieve ni cansancio de luchas clandestinas.
Los inviernos leídos y vividos me evocan manos y rostros de mujeres entregando calor. Y surge una cuarta palabra para sumarse a la cadena: agradecimiento. Agradecimiento por todo lo recibido invierno a invierno. Sororidad, calidez y cuidado son parte de la familia semántica de feminismo.
ROBINSON AVELLO AYALA

ARANTZAZU URDANEGUI
El invierno en que despertó su demonio, despertó también ella.Comenzó a ver otros mundos, y con ello, sus recuerdos se fueron volviendo cada vez más tenues. Su risa disminuyó hasta que por fin desapareció, e incluso su rostro comenzó a mostrar matices que no sabía que existían, y la pena que solía acompañarla desde la cuna se separó de su camino, para despertar al demonio de otra.
El invierno en que despertó su demonio, lo dejó todo.
Y espera que nunca, nunca se vuelva a dormir.
ISIDORA S. AGUIRRE
Como quisiera que acabara esta temporada, violenta como
si un invierno glacial reinara el alma. Agobio inmenso entre
ramas (él cree que podría ser el viento). Relojes capeando el
frío, resiste el tiempo. Amanezco siempre entrecortada, ocupo
constantemente el mismo término para designar intermitencia.
Es este camino de calígine eterna, paisaje brumoso, horizonte
ciego y difuso. A lo lejos de mi ruta, una carretera seca y
blanca, nívea como en pormenores caminos. Aquí cuelgan
pedazos de agonía. Los míos. Tumbando mi vista, dirigiéndola
hacia un posible suelo de tierra firme, pero tropezando en
nieves derruidas, donde mis pies se hunden, se entierran, se
deshacen. En medio de aquella desolación, y para parecer aún
menos triste, sostengo mis propios brazos atontados, pasmados
y dormidos por el clima. Cuando aun no logro regresar,
despierto en esta esencia frondosa maldita, llorando a los
pies de la cama, ciénaga o prolongación del invierno. La ruta
era sucia e íntima. Sinuosa, solitaria y exquisita.
